miércoles, 9 de abril de 2008

No quiero morir así

- No, por favor... ¡no quiero morir así!

El sol brillaba con una intensidad inusitada el día en que yo estaba destinado a morir. Me levanté de buen humor, como solía pasarme cada vez que el tiempo daba al otoño ilusiones de verano. Pero todo cambió a partir del momento en el que me puse el pijama a rayas que últimamente venía a ser como mi uniforme. Me dijeron que Mister Swanson quería verme y un aciago presentimiento me acechó.

Al entrar en su despacho, Swanson me dirigió una mirada pétrea, demasiado fría para pasarme desapercibida, a pesar de que él era el hombre más serio que yo había conocido nunca. Improvisé una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero no conseguí ablandar el semblante del que sería mi verdugo.
- Spencer, tome asiento –me indicó.

Me senté y escudriñé sus ojos en busca de alguna pista que me ayudara a prever sus intenciones, pero su mirada era un auténtico jeroglífico. Así que mi imaginación voló por su cuenta, poniéndose en el peor de los casos.
- Verá, Spencer... –empezó a decir-. Sabe que últimamente hemos tenido problemas con Canetti. Muchos problemas. Soy consciente de que la responsabilidad no es sólo suya, Spencer, pero a nosotros no nos queda más remedio que tomar una decisión al respecto.

Todas mis sospechas se confirmaban. No podía creerme que aquello me estuviera pasando a mí.
- Míster Swanson, usted sabe que no es fácil meterse en la piel de Canetti. Creo que ambos merecemos otra oportunidad. Además...
- No se equivoque, Spencer. No le estoy pidiendo explicaciones. Ya hemos tomado una decisión.
- Pero, Míster Swanson...
Comencé a protestar, pero me quedé mudo cuando vi cómo aquel hombre frío e imperturbable echaba mano al bolsillo interior de su chaqueta. Durante los escasos segundos en que tardó en sacar el afilado instrumento con el que pretendía matarme, toda mi vida pasó ante mis ojos y me sentí perdido.
- Firme esto –dijo, acercándome un papel y una pluma negra, que en ese momento me pareció el arma más diabólica inventada por el ser humano. No en vano me estaban obligando a firmar mi propia sentencia de muerte.
- No, por favor... ¡no quiero morir así!

Quise llorar pero no pude. Supongo que, tras tantos días enfermo, después de tanta tragedia, no me quedaban más lágrimas por derramar. Pensé unos segundos en lo que el papel que me aguardaba en aquella mesa de despacho significaba y tomé una decisión. Mi decisión.
- Claro, Mister Swanson. Cómo no. Firmaré y se librarán de mí para siempre. Pero no esperen que vuelva. Algún día compraré esta maldita empresa y todos me suplicarán que no les eche a patadas. Se lo aseguro.

Estampé mi nombre en el maldito contrato por el que aceptaba que Canetti, mi personaje en la serie, moría tras una devastadora enfermedad. En el fondo sabía que aquella dimisión forzada derrumbaría por completo mi carrera profesional, pero el orgullo era lo único que aún podía salvar. Me levanté dignamente, con mi pijama a rayas todavía puesto, miré por última vez la cara impertérrita de Mister Swanson y salí del despacho con total solemnidad. Sin duda, había hecho la mejor interpretación de mi vida.
-.-.-.-.-.-.-.-egl, 2003

viernes, 4 de abril de 2008

Radiografía del deseo

Hoy te quiero. No sé si será porque el cielo está azul y en el aire se respira el verano, pero hoy tengo ganas de gritarte que te quiero, aunque no sea cierto. Me resulta tan difícil tragarme el ansia de llenarte la boca de besos, de ahogarte en un abrazo y de aspirar todo el aroma de tu cuello, que casi no puedo respirar.
No eres consciente de todo lo que siento pero ahí reside parte de la magia. En que te espero a escondidas y cuento con los dedos de las manos, a solas, los días que faltan para comerme tu piel a mordiscos. Si ahora mismo escanearan las zonas más íntimas de mi cuerpo y los recovecos secretos de mi cabeza, los médicos del corazón obtendrían una radiografía perfecta del deseo.
¿Te acuerdas del día en que tuve el valor de preguntarte qué rasgo era el que, en tu opinión, mejor me define? Dijiste que me veías como una persona independiente, que hacía siempre lo que quería. Es irónico, porque contigo me siento una tonta sin juicio ni criterio, que aplasta la razón bajo la losa del corazón hasta rozar la frontera de la cordura. Y mis anhelos nunca son suficientes, no me sacio porque quiero al infinito por compañero.
¿Sabes mi problema? Mi problema es que no creo en los príncipes azules ni en los cuentos de hadas. Si así fuera, haría tiempo ya que hubiera desterrado de mi agenda tu nombre. Ni tú eres el hombre perfecto ni maldita falta te hace. A mí, me sacias. De momento, lo haces. No importa que no seas capaz de bailarme un tango ni de copiar las escenas románticas de las películas que vemos. No es que no me guste la caricia cuidada, pero también esas utopías se quedaron prendidas en las páginas de mi adolescencia y mis sueños han dado desde entonces demasiadas vueltas a la ruleta de la vida.Nos acostumbramos a alimentarnos sólo de los pequeños detalles, aunque se vuelvan tan minúsculos que terminemos por no apreciarlos. Vivo de que hoy me digas ¡guapa! con tesón, creyéndolo de verdad, de que me regales un beso de aire. Y mañana, si no tengo ni lo uno ni lo otro, buscaré en mis recuerdos una dosis para mi adicción: imaginar tus dedos recorriendo la media luna de mi cadera, como lo hicieron el otro día. O pensar que estás pensando en mí. A veces con eso basta.

-.-.-.-.-.-.-.-egl, 2003