lunes, 28 de enero de 2008

La suerte y la levedad del ser

‘La insoportable levedad del ser’. No he leído este libro pero lo tengo por bueno debido a su título, que me parece simplemente genial. No es la primera vez que me pongo a pensar en todo lo que significa, en todo lo que esas cinco palabras sugieren y expresan.

Si me paro a imaginar de qué trata el libro, se me ocurren cosas. Es la historia de una persona que se siente una mota de polvo en el desierto. Alguien a quien la vida ha arrastrado por muchos mares, como si fuera una pluma lánguida llevada por un viento huracanado. Alguien hundido, agotado, hastiado. Acabado.

No puedo recordar si alguna vez me he sentido así: tan minúscula, vulgar e intrascendente como para preguntarme a mí misma si algo merece la pena, si algo tiene sentido en este mundo loco. ¿Alguna vez me ha parecido no poder soportar la levedad de mi ser? Lo pienso y no. Nunca me he sentido desesperadamente insignificante.

La vida a veces te da muchos palos. Yo no me puedo quejar porque no he tenido grandes problemas, ni tampoco una gran cantidad de problemas pequeños juntos. Pero a veces es cierto que me invade cierto derrotismo. Es una sensación de impotencia que te hace darte cuenta de que, por mucho que intentes que las cosas salgan bien, por mucho empeño que pongas en hacer lo correcto, hay miles de factores fuera de tu control. O del control de nadie.

Es aplicar a la vida cotidiana dos postulados científicos tendentes a cargarse de un plumazo toda la racionalidad del universo conocido: la Teoría del Caos y el Principio de Incertidumbre. Ambos vienen a decir las mismas cosas: no todas las cosas responden a normas lógicas y racionales; hay comportamientos imprecedibles; siempre hay cierto grado de indeterminación en la observación. Si nos hubieran enseñado algo de esto en el cole otro gallo nos cantaría.

¿Qué hace más daño? ¿El pensamiento mágico que nos hace creer que podemos parecernos a personajes de cuento? ¿O el pensamiento científico que nos vende la moto de que también nosotros los humanos nos regimos siempre por normas y leyes físicas? En las cosas importantes no lo hacemos. Tampoco nos parecemos a príncipes, princesas u ogros. Por suerte.

La vida es un constante ejercicio de equilibrio: entre intereses, entre sentimientos, entre pareceres. Nos cuesta entender que algo pueda no ser totalmente bueno o totalmente malo, porque nos enseñan a soñar con ideales de perfección. En cambio, la sabiduría consiste en aprender a apreciar matices, en leer en los grises del mundo. Ni la religión ni la ciencia tienen todas las respuestas. Desde luego una más que otra... Pero al final, es la filosofía de supermercado la que nos acaba salvando. Siempre es así.

Todas esas inseguridades y matices son las que algunos llamamos suerte. Azar, casualidad, inspiración... adquiere múltiples nombres pero viene a ser lo mismo. El mundo no es una esfera perfecta.
-.-.-.-.-.-.-.-

La otra mañana fui al centro de salud para una extracción de sangre. Había mucha gente esperando. Pedí la vez y una señora mayor me la dio. Al de un rato llegó un chico y me la pidió a mí. El chico era joven, un poco más que yo quizás, y bastante atractivo. Estábamos en la sala de espera y me miraba. Yo le miraba a él. Cuando me tocó el turno, él entró prácticamente a la vez, detrás de mí. Nos sentamos y las enfermeras empezaron el proceso para sacarnos unos tubitos de sangre. Le tenía a medio metro de mí. Pude oír su nombre y oler su colonia. Compartí un momento que podría calificar de íntimo. No en vano tenía una aguja clavada en mi brazo y él otra. Me estaban sacando sangre y él podía verlo, porque algo me decía que me miraba. Podría haber girado la cabeza y haberle sonreído. Sólo una sonrisa. Un pequeño gesto en un mundo de sucesos. Pero no lo hice. Terminó la extracción, me levanté y me fui, sin siquiera volver a mirarle. ¿Y si le hubiera sonreído? Quizás él me habría devuelto la sonrisa. Quizás me habría comentado lo poco que le gustan las agujas y yo le habría animado -“venga, hombre, que no es para tanto”- y a él le habría gustado la expresión de mi cara al decírselo y, luego, al salir juntos del centro de salud, me habría invitado a un café. Quizás ahora seríamos amigos. O amantes. O ambas cosas.


egl, marzo de 2007

1 comentario:

Unknown dijo...

Quizás la palabra "quizás" sea la que siempre ha movido parte del mundo.
Lo interesante del arte es que cada uno lo recrea al contemplarlo; Kundera escribió algo y tú y yo lo vemos a nuestra manera.
Kaos e incertidumbre navegan en el torrente sanguíneo de los seres vivos, pero de alguna forma yo estoy convencido de que todo encajará en el puzzle. Me ha encantado leerte.
Salud!